viernes, 22 de junio de 2007

Desconexión y Sorpresa (¡corre que te pillo!)


Ahora, con más distancia temporal, quizás si podamos detenernos en la génesis del movimiento estudiantil de 2006 y, principalmente, en cómo éste sorprendió al medio político chileno.

En este último aspecto cabe consignar que, si bien la temática educacional siempre ha estado incorporada en toda agenda gubernativa y en cada programa de Gobierno en las últimas 4 elecciones; la irrupción de los secundarios con esta bandera de lucha, y el acelerado tiempo en que consiguieron adhesión y legitimidad ciudadana, develan cierta desconexión del mundo político con el acontecer cotidiano, con el mundo real. Ese que los secundarios nos tiraron a la cara el año pasado.

Para nadie es un misterio que dentro de las medidas urgentes, identificadas por el Gobierno entrante de la Presidenta Bachelet, no estaban contempladas las radicales transformaciones que ella ha remitido al Congreso nacional durante los últimos meses.

La oposición, por medio de sus dos candidatos presidenciales, tampoco dio luces de preclaridad en sus discursos y propuestas de campaña. Balbucearon deseos de mejoramiento de la calidad educativa y redundaron en lugares comunes y frases hechas cuando se refirieron a sus propuestas en educación.

La izquierda extraparlamentaria, quizás, haya sido la única fuerza que, en el contexto de su global crítica al «modelo», planteaba transformaciones radicales. Eso sí, la transversalidad política de la movilización estudiantil dejó en evidencia que, pese a la coincidencia de fondo, esta fuerza política no fue protagonista y motor de la movilización, estando, en la práctica, desconectada del rédito político que tal proceso pudo haber entregado.

¿Qué pasó entonces? ¿Cómo la historia les pasó por el lado a las principales fuerzas políticas de nuestro país? ¿Por qué estos adultos de andar cancino fueron sorprendidos por la algarabía juvenil?.

Desde el regreso a la Democracia, si analizamos la producción legislativa en el periodo 1990 – 2005, constatamos que bajo las materias de mejoramiento salarial de profesores e inversión en infraestructura educacional, se concentra cerca de 70% de las leyes evacuadas. El 30% restante agrupa gestión, calidad y otras.

Tales guarismos reflejan la opción que el conjunto de las fuerzas políticas, ello porque la Concertación no tenía las mayorías parlamentarias suficientes y debía negociar con la derecha la aprobación de reformas que implicaban gasto; el conjunto de las fuerzas políticas, digo, optaron por la inversión pública en materias que no, necesariamente, apuntaban al mejoramiento de la calidad educativa.

Quizás por lo mismo es que la cobertura educacional se haya consolidado de la manera que se hizo en tal periodo y la conflictividad con el gremio de los profesores fue en creciente declinación con el pasar de los años.

Pese a los motes de «continuistas» que algunos sectores de izquierda ponen a las políticas implementadas durante los gobiernos concertacionistas, valga aclarar que tales transformaciones, en materia laboral como en infraestructura, son medidas correctivas del modelo neo liberal. Recuérdese que fue justamente éste, con su premisa de ausencia del Estado en materias educacionales, el que debilitó la condición laboral de los profesores y la capacidad de renovación de infraestructura de la educación pública.

Ciertos sectores de la política nacional, entonces, pudieron sentir que «habían cumplido» con las principales demandas educativas de la sociedad chilena. Los que aún pedían más saciaron sus anhelos con la Reforma Educacional ideada bajo el Gobierno del Presidente Eduardo Frei R-T.

En 1996 el Gobierno alcanzó un acuerdo nacional para el financiamiento de una mega reforma educacional por medio del aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA). Tal reforma abordaba con recursos frescos los principales problemas que, por ese entonces, se apreciaban en el área educativa. A saber, la implementación de la jornada escolar completa (JEC), recursos para la infraestructura que esta extensión de jornada requería, becas para perfeccionamiento de profesores (en estudios de pos grado y pasantías en el extranjero), etc. La Reforma Educacional implicó un esfuerzo nacional que no obstante los cuantiosos recursos que implicaban poco dejaron en término de mejoría en gestión y calidad.

Ello porque tal reforma apuntó al aumento del capital de inversión pública, lo que ya pareció suficiente, en los parámetros organizativos que el modelo plasmado en la LOCE había diseñado. Tal mezcolanza, ahora todos lo dicen, no dio resultado porque se convirtió en «cosmética» y no apuntó al fondo del sistema.

El asunto es que nuestro medio, las fuerzas políticas mayoritarias y reales, las que acceden al Parlamento, entendieron que ya se había hecho un gran esfuerzo en materia educacional. Habían más colegios y cobertura, los profesores habían tenido sustanciales mejoras en sus remuneraciones, los alumnos estaban más tiempo en el colegio, en fin. Se habían hecho lo que se podía, los cambios a implementar, por tanto, eran menores.

Aunque los persistentes y parejos resultados del SIMCE, año a año, planteaban dudas sobre los avances de nuestros alumnos y parecían poner luces de alerta potentes y efectistas, las políticas públicas de educación partían de supuestos erróneos. Apuntaron, nuevamente, al tema de los recursos y desdeñaron la medición de la gestión. Las propuestas políticas se negaban a evaluar lo que pasaba en la sala de clase y, también, ignoraban toda reflexión sobre el marco regulatorio del sistema en su conjunto.

Los políticos, entonces, nos encerramos en nuestra mirada, nos desconectamos de lo que realmente estaba ocurriendo. Nos enredamos en cuestionar la maraña burocrática de los Gore y del Mineduc, denunciamos la falta de modernización del sistema, intentamos ver grandes señales en pequeños avances, en fin.

Y, mientras tanto; pese a los innumerables estudios de la academia y la tecnología educativa que demostraban lo insostenible del esquema armado bajo la LOCE; nos desconectamos de lo que realmente ocurría.

Así las cosas llegamos a abril y mayo de 2006, comenzó la movilización estudiantil y la sociedad en su conjunto coincidió con la necesidad de transformaciones de fondo. La inicial reacción del medio político fue de desdén, unos porque no les resulta grata la movilización mientras se es gobierno y otros porque, por convicción, rechazan la algarabía callejera.

Cuando los estudiantes rompieron el “cerco” de la prensa, cuando ganaron respaldo ciudadano, aún nuestro medio político no sabía reaccionar. La sorpresa en toda su dimensión.

Hubo que madurar el proceso. Por lo menos el Gobierno reaccionó creando el vilipendiado, pero útil, Consejo Asesor Presidencial. Ahora último ha tomado la iniciativa y presentó dos proyectos de Ley que, en verdad, son vanguardia en este campo.

La derecha, hasta el día de hoy no tiene calridad discursiva sobre el tema, sabe que debe respaldar el cambio de la LOCE y ha reaccionado defendiendo los intereses privados en educación, pero ahí no más.

La lentitud de nuestro medio para entender cuestionamientos de fondo ha desnudado el estado de nuestra política actual. Ha demostrado que estamos tan acostumbrados a la modorra y el ritmo de los conservadores que, aún los más progresistas, estamos marcando el paso.

Sí, hace ya un año, una generación completa nos dijo: ¡¡corre que te pillo!!




martes, 12 de junio de 2007

2007 REVOLUCIÓN PINGÜINA ¿II?


Y aparecieron los estudiantes. Desde hace ya un par de semanas se están movilizando por medio de la toma de sus colegios y, hasta ahora, han sido desalojados por Carabineros con pocos atisbos de violencia.

No son los mismos del año pasado, es decir, no son los mismos físicamente y tampoco son los mismos discursivamente. Mal que mal un año en la vida de los adolescentes es tiempo de rápidas transformaciones.

Este movimiento secundario se muestra fragmentado. Aunque tributario del exitoso proceso del año pasado, estuvo precedido por una serie de eventos reagrupadores que evacuaron varias coordinadoras y referentes estudiantiles; lo que en sí es una diferencia con 2006.

Sus demandas y, seguramente, por la misma dispersión de la organización, huelen más a reivindicación político-ideológica que al integrador alarido del año pasado. Llamados a la lucha de clases, terminar con el Transantiago, rechazo a la reforma Penal Juvenil, solidaridad con los deudores habitacionales, etc. Se mezclan con la estatización de la enseñanza, el pase escolar gratuito a todo evento y la PSU sin costo.

Sin duda, organización y discurso ya no son los mismos.

Ahora, es cierto que esta diversificación es el resultado de la experiencia del año pasado. Un movimiento amplio, legitimado, expansivo socialmente, en fin, contuvo un discurso demandante de amplio espectro temático. La sociedad en su conjunto vio en la educación la oportunidad para soñar otro tipo de país, de coincidir en las desventajas y desigualdades de nuestra realidad económica; estar disconforme no fue sinónimo de marginalidad y retroceso. Por el contrario, evidenció conciencia de futuro y compromiso social.

Claro que esa diversidad y representación amplia de las demandas sociales suenan distintas ahora. Ciertamente porque el movimiento es menos poderoso, pero porque también es menos coherente de momento que de un año a esta parte se han iniciado las transformaciones requeridas.

En lo educacional. Después de un debate intenso, mirado con mucho recelo por todos los actores, el Consejo Asesor Presidencial entregó un informe con disensos notables. La Presidenta, haciendo uso de la autoridad para la que fue elegida, optó por algunas de las medidas sugeridas y desechó otras. Envió dos reformas sustanciales al actual marco institucional de la Educación (Ley General de Educación y la creación de una Superintendencia de Educación), además, el pasado 21 de mayo anunció la inyección adicional de 650 millones de dólares para cada año.

Eso en lo que concierne a la “agenda larga”, las medidas más urgentes, como la gratuidad del pase escolar, el aumento de las raciones escolares y becas para la PSU fueron abordadas el año pasado.

La ciudadanía sabe de estas medidas, de las complicaciones que el Gobierno tiene con la derecha para aprobarlas en el Congreso Nacional y de las polémicas que han surgido por las mismas. En fin, la ciudadanía sabe y por eso mismo hay recelo hacia la movilización estudiantil de estos días.

Y es que estos pingüinos son otros, sus motivaciones son otras y sus expectativas, seguramente, son diferentes.

De alguna manera el movimiento secundario de 2007 viene “con el vuelito” del de 2006. ¿Son los estertores, el fin, del mega movimiento social del año pasado? Sí y no.

Es más bien una mezcla, porque hay visos se cambio. Existe el asomo de una propuesta, legítima como toda propuesta, de orden más clásico destinado, desde el mundo social, a revitalizar una propuesta de izquierda desgastada por la persistente y, a ratos, improductiva lucha contra la exclusión.

Allí quizás esté el lado “crecedor” de esta movilización, posiblemente implique un punto de inflexión a ese sector político. Pero en la medida que más se avance por ese carril más se cierra el capítulo de la Revolución Pingüina de 2006.

Los de ayer … ya no son los mismos, es cierto, pero el país después del remezón que provocaron los pingüinos movilizados, tampoco lo es.

Somos testigos de una movilización secundaria en transición que contiene elementos antiguos e intenciones nuevas. Pero, cuidado, ello no desvirtúa las banderas enarboladas. A ver si esta movilización, por lo menos, permite mantener vigente la discusión y apurar la resolución de los proyectos en trámite.

Sin estudiantes, sin mundo social organizado, no habrá camino expedito, no habrá avances verdaderos y nuestro mundo político sumará a su haber otra causa pendiente, otro problema urgente pospuesto y otra materia dilatada por estériles discusiones.

Santiago, 12 de junio de 2007